La saga más salvaje del cómic de la última década.
La publicación de Pudridero confirmó la posibilidad del cómic underground en el siglo XXI; se convirtió en saga de culto, se hizo en torno a ella una exposición y levantó toda serie de análisis y lecturas, a pesar de ser una obra que apela más al estómago que al intelecto. Como escribió Pepo Pérez en un fantástico artículo, «se han hecho lecturas subliminales de Pudridero, preferentemente sexuales, buscando simbolismos coitales en determinadas formas, una alegoría erótica gay o incluso como metáfora de un posible canto a la autoaceptación. Llegados a este punto, y parafraseando a la Susan Sontag de "Contra la interpretación", nos cuesta resistirnos a interpretar las obras, y esto indica a menudo un deseo de reemplazarlas por alguna otra cosa, la mierda del autor por nuestra propia mierda (...). Sin embargo, como proponía también Sontag, "idealmente, es posible eludir a los intérpretes por otro camino: mediante la creación de obras de arte cuya superficie sea tan unificada y límpida, cuyo ímpetu sea tal, cuyo mensaje sea tan directo, que la obra pueda ser... lo que es"».
Johnny Ryan (Boston, 1970) es uno de los autores del panorama alternativo estadounidense más reputados y repugnantes. Sus estudios universitarios de literatura inglesa le sirvieron en gran medida para deletrear sin errores los nombres de las enfermedades venéreas y los distintos tipos de fluidos emitidos por el cuerpo humano. Hacia mediados de los años 90 comenzó a publicar por su cuenta y riesgo el cómic Juventud cabreada, donde destilaba la incorrección política más hiriente y un grafismo tan explícito como vomitivo, siempre a desenvolviéndose en el ámbito de la historia corta y la viñeta de humor gráfico. En 2009 el dibujante dio un golpe de timón creando Pudridero (Prison Pit), una serie de novelas gráficas que suponen un salto cualitativo en su producción, tanto por su evolución gráfica como por el cambio de tercio narrativo y la mutación en el tono. Pudridero provoca de todo menos risa, aunque al cerrar sus páginas no se pueda evitar la sensación de haber asistido a una gran broma. |