En noviembre de 1978, los periódicos de todo el mundo amanecieron con un increíble titular: casi un millar de miembros de una extraña e inquietante secta llamada Templo del Pueblo, dirigida por el reverendo Jim Jones, habían fundado en el interior de una remota selva una especie de «paraíso» en la Tierra, al que llamaron «Jonestown», y cometido uno de los mayores suicidios colectivos de la historia, una tragedia que el propio Jones —siguiendo las palabras del líder del black power Huey P. Newton— definió como un «suicidio revolucionario».
Su apariencia inquietante, siempre seguido por su propia guardia armada y su «Familia Arcoiris», ha pasado a la cultura popular como la personificación del Mal, una mezcla entre Roy Orbison y el Padre Divine lanzando soflamas incendiarias que anunciaban un inminente desastre cósmico y predicando el comunismo. Sus seguidores, mayoritariamente afroamericanos, encontraron en él y sus pretendidas capacidades sobrenaturales, que incluían «milagrosas curaciones por la fe», una tabla de salvación. Su megalomanía llegó hasta el punto de considerarse el mayor profeta. Jones hablaba de sí mismo como si fuera negro, «primero como un hombre de color y luego ya como un auténtico negro», confesó un miembro del Templo.
Jonestown, la comuna que creó en medio de la selva de la Guyana, no resultó ser exactamente un «paraíso» terrenal. Ninguno de sus integrantes podía acaso imaginar que la aventura terminaría en armas, tiroteos y el mayor de los apocalipsis cuando se organizó un inmenso suicidio colectivo con un compuesto de cianuro mezclado con varias drogas tranquilizantes y una bebida con sabor a naranja. Una vez consumado el asesinato de bebés y niños, el plan era relativamente más sencillo: los padres, al presenciar la muerte de sus hijos, aceptarían pasivamente su inminente muerte. Los ancianos más débiles fueron violentamente arrojados al suelo, ingiriendo la dosis directamente por la boca. La autopsia reveló que varias decenas de personas fueron ejecutadas. Tres de los cuerpos encontrados, entre ellos el del propio Jones, presentaban impactos de bala.
Jim Jones. Prodigios y milagros de un predicador apocalíptico recoge, entre otras cosas, la transcripción completa del absolutamente aterrador discurso final minutos antes de cometer el suicidio masivo.