He bajado al cementerio. Hacía demasiado frío como para coger flores. En momentos como estos, mientras el ratón de mi casa me espía, me gustaría escribir una carta que poder mandarte. No paro de escribir un diario que a nadie le importa pero no soy capaz de sentarme y escribirte una carta. Pensé que si cubría mi mesa con narcisos mi mesa se convertiría en la mesa sobre la que escribirte una carta. Quiero decirte que es imposible escribirte. Pasa una hora desde que escribo esto y me entran ganas de clavarme la pluma en la mano, a nadie, no, nunca, debajo de la mesa Annail agarrándome de los pies. Las palabras no se suben en aviones y no cruzan ciudades. Con cuanta más libertad escribo más fuerte me arrepiento. Las ganas de disculparme. No hay nada peor que tener que dormir esperando una respuesta me arropo con un edredón blanco. No hay nada más cruel que deber una respuesta a alguien e irte a dormir. Me despierto mucho antes que tú y tú duermes con tu respuesta. Hasta que no me escribas no va a amanecer y cuando me escribas se hará enseguida de noche, esto no es literatura en esta ciudad anochece prontísimo.