A Henry Molise nunca se le ha dado muy bien tomar sus propias decisiones. Cuando uno de sus hermanos le avisa de que sus ancianos padres están a punto de divorciarse –y esta vez parece que va en serio–, regresa a regañadientes a San Elmo, el pequeño pueblo del que se marchó para convertirse en escritor. Allí se verá expuesto a las altas dosis de radiación que emite la figura paterna, Nick Molise, un viejo cantero, borracho, pendenciero, orgulloso e infiel. El «perro rabioso», «tirano de la paciencia ajena», es el padre que ningún hijo querría para sí, el que más que descendencia hubiera preferido una cuadrilla de peones de albañil y que se ríe de Henry cuando lo ve leyendo un libro.
Desde la perspectiva de ese álter ego de Fante, el autor nos ofrece otra de sus novelas moldeadas por el peso de la vida, una nueva obra hecha desde la necesidad, casi desde la desesperación, bañada por el humor nacido de lo hiperbólico. Una especie de reconciliación con la maldición hereditaria llamada familia, un despegado homenaje a la generación de emigrantes que construyó un país con sus manos y que empapa en vino la espera del fin –no solo de sus días, sino de una manera de entender el mundo– en pueblos agonizantes. Dostoievski hubiera estado orgulloso de usted, John Fante.
John Fante (1909-1983), hijo de emigrantes italianos de procedencia muy humilde, trabajó como guionista en Hollywood y dedicó su vida a la literatura, aunque sólo alcanzó el pleno reconocimiento de crítica y público después de su muerte. Su nombre ha evocado comparaciones con escritores como Knut Hamsun, Dostoievski, Nathanael West, Raymond Carver y, en especial, Charles Bukowski, cuyo entusiasmo por sus libros fue decisivo para su redescubrimiento. Al igual que éste, su obra alcanzó la gloria en Europa antes que en su propio país, en el que fue reconocido póstumamente y premiado en 1987 con el Lifetime Achievement Award por el PEN.
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