Una obra de culto, un clásico a caballo entre la crítica social y la reflexión filosófica al que no le faltan grandes dosis de humor
Tras una serie de breves e inexplicables visitas a la Tierra, los alienígenas prosiguen su viaje sin mostrar el más mínimo interés por la humanidad: no se comunican, no invaden, no destruyen. Los extraterrestres simplemente pasan un rato y se marchan sin más, como excursionistas descuidados, dejando tras de sí un rastro de objetos incomprensibles y peligrosos. Los lugares donde aterrizan se convierten en epicentros de fenómenos extraños, sellados por gobiernos y codiciados por científicos, militares y contrabandistas.
Redrick Schuhart, técnico de laboratorio en el Instituto Internacional de Culturas Extraterrestres de Harmond, se adentra en la Zona fuera del horario oficial. Es un stalker: alguien que arriesga su vida para apoderarse de artefactos alienígenas con los que después comercia en el lucrativo mercado negro. Pero cada expedición transforma algo en su mente, en su destino. A medida que la Zona revela sus secretos, Redrick se obsesiona con encontrar la Bola Dorada, un objeto mítico que –según dicen– es capaz de conceder aquello que una persona desea sin siquiera saberlo.
Pícnic extraterrestre es mucho más que una novela de ciencia ficción: es una parábola existencial, una crítica velada al totalitarismo y una exploración profunda sobre el conocimiento, la ambición y los límites de lo humano.
Strugatski, Arkadi y Boris
(Batumi, 1925 - 1991 y Leningrado, 1933 - 2012, respectivamente) son los escritores de ciencia ficción más conocidos de la antigua Unión Soviética. Escribieron más de veinte obras, como 'Qué difícil es ser dios' o 'El lunes comienza en sábado', que satirizaban la burocracia soviética y planteaban nuevas cuestiones sociales como las consecuencias del progreso. Además, se encargaron de escribir el guion de su novela más célebre, 'Picnic extraterrestre', que fue llevado al cine por Andréi Tarkovski con el título de Stalker o La zona (1979).
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