“Pertenecemos a una suerte de club, una periferia lunática orgullosa de agruparse. Existe un camino a la desgracia muy gozoso allá afuera y, si me permiten ser su gurú, les enseñaré cómo triunfar en la insanidad hasta tomar control de su baja autoestima”, escribe Waters
Y nos invita a seguir sus instrucciones en esta suerte de manual queer para el buen vivir. Como ya lo había demostrado en Mis modelos de conducta y Carsick, el Pontífice del Trash tiene una gran habilidad para hacer que lo desagradable coexista con lo sofisticado, y que lo desviado halle su propia forma de realización. Aquí hay capítulos enteros dedicados a cómo desarrollar el gusto musical, cómo construir una casa brutalmente fea y moderna, cómo confesar amor sin involucrar responsabilidades afectivas, y cómo comportarse en los aviones o en las ciudades balnearias, acompañados de un puñado de escritos sobre aspectos cruciales de su trayectoria: el pasaje de Baltimore a Hollywood, el trato con los protagonistas de sus películas y los grandes estudios de cine y la trastienda de los rodajes y estrenos.
Pero las enseñanzas de este libro no abrevan solo en experiencias del pasado. Para instruirnos sobre los efectos del LSD en la tercera edad, Waters se somete a su primer viaje psicodélico luego de décadas sin consumo. También se lanza hacia el futuro, asistido por su exuberante imaginación y su manía perfeccionista, para diseñar cada aspecto de su propio funeral: desde la compra de un lote en un cementerio donde compartir la eternidad con sus amigos hasta los detalles de su atuendo fúnebre. Con la sabiduría de quien vivió para contarlo, Consejos de un sabelotodo puede ser leído como un testamento en vida, el legado definitivo de un cineasta empecinado en incorporar a los orgullosamente fracasados en una visión del mundo a la vez anárquica y embriagadora.