El guionista de cine Harry Towns se separa poco antes de que el hombre llegue a la luna. Ha pasado de la universidad al ejército y del ejército al matrimonio, así que el vivir solo es algo nuevo para él. Como una especie de Don Draper judío y algo panoli, descubre la revolución sexual de los primeros años setenta, la cocaína, la vida nocturna, la magia de Los Ángeles, la soltería y la culpa que le producen todas estas cosas al enfrentarlas a su imagen algo anticuada de lo que un tipo de cuarenta años con esposa e hijo debería estar haciendo con su vida. A lo largo de estas doscientas páginas le vemos anhelar no saber cómo conseguir un silenciador, llevar a su hijo pequeño a Las Vegas, repetir una y otra vez las mismas frases para ligar pese a no funcionar nunca, meter la pata y triunfar en situaciones tan ridículas como adorables y tan emotivas como hilarantes.
Harry Towns: mujeriego sometido, drogadicto intercontinental, machista sensible, padre maravillosamente malo, seductor seducido, esposo en serie magníficamente fallido, orgulloso poseedor en su currículum de los guiones originales para “Two Big Movies”, nómada sediento que se siente siempre sedentario y en casa en todas partes - Rodrigo Fresán, de su prólogo
Bruce Jay Friedman ha escrito unas cuantas novelas, un par de guiones de cine y un puñado de obras teatrales, pero sobre todo ha escrito decenas de relatos, publicados en The New Yorker, Esquire, Rolling Stone o Playboy, entre muchos otros. Fan confeso de Evelyn Waugh o S.J. Perelman, amigo de Woody Allen, Jules Feiffer y Terry Southern e influencia reconocida en autores como Philip Roth o John Cheever. Miembro de esa generación de los primeros 60 de la que salieron grandes novelas de humor negro y a la que pertenecían autores como Donald Barthelme, Thomas Pynchon o Joseph Heller.